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Cesare Pavese


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MensajePublicado: Dom May 05, 2013 18:48    Asunto: Responder citando




Nos hace falta un país, aunque sólo fuera por el placer de abandonarlo. Un país quiere decir no estar solos, saber que en la gente, en las plantas, en la tierra hay algo tuyo, que aun cuando no estés te sigue esperando. Pero no es fácil quedarse tranquilo. Hace un año que lo tengo a la vista y cuando puedo me escapo a Génova, se me va de las manos. Estas cosas se comprenden con el tiempo y la experiencia. ¿Es posible que a los cuarenta años y habiendo visto tanto mundo todavía no sepa cuál es mi país?

Cesare Pavese
La luna y las fogatas
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Registrado: 26 Nov 1999
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MensajePublicado: Lun Sep 09, 2013 09:50    Asunto: Responder citando



Vittorio Gassman legge la splendida poesia di Cesare Pavese, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
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MensajePublicado: Lun Abr 07, 2014 10:39    Asunto: Responder citando

-Aquí entre ustedes no es nada -me dijo. Me contó de Alemania y de las cárceles de España. Mientras hablaba me entraban sudores. –Tenemos en contra a todo el mundo –me decía-. No te hagas ilusiones. Eso es lo que acá no quieren entender. Defienden el plato y el bolsillo, los burgueses. Están dispuestos a eliminar a media tierra, a degollar niños, con tal de no perder la manduca y el látigo. Llegarán también en Italia, puedes estar seguro. Hablarán a lo mejor de Dios o de la madre.

Cesare Pavese
El camarada
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MensajePublicado: Sab Ago 29, 2015 00:23    Asunto: Responder citando

Palabra de Pavese

Por Rodolfo Alonso

Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de septiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un gesto. No escribiré más”, son las líneas finales de su indeleble diario, El oficio de vivir), en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950. Esa vida y esa obra se irían cubriendo (y los argentinos fuimos tal vez de los primeros en percibirlo fuera de Italia) de significados a la vez entrañables y nítidos, donde conviven voces ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un auténtico clásico.

Dueño de una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una indomable voluntad de raciocinio, en pocos como en él se reunieron en su época, a la vez como evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la entereza de un humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos (“en medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre. El hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida”). Junto a ello, la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que parezca (“La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida”). En esa tensión, que no supo dejar fuera a su propia vida, alcanza una hondura y calidad especialmente tocantes. Y aunque el suicidio parece constituir el broche de la angustia, una tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo emerge limpiamente de sus palabras.

Su juventud creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935 y lo confinó, como opositor político, en Brancaleone Calabro, de donde volvió en marzo de 1936. Pero no cambiado. A la bochinchera y grandilocuente cultura oficial del fascismo supo enfrentarse, lúcidamente, como su impar compañero de generación, Elio Vittorini, con la traducción y el análisis crítico de la gran literatura norteamericana. Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (Solaria, 1936, con reedición aumentada de Einaudi, 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la poesía italiana moderna, tanto como una revisión exhaustiva de ese mundo natal, lleno de atavismos que, a pura luz de razón, se convierten en auténticas iluminaciones. Y ese mundo está siempre presente en su gran narrativa. Y hasta en sus resplandecientes ensayos, donde la percepción del claro espacio mítico que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, los astros, se convierte en alimento de esclarecedoras conclusiones.

Llegó a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia, como intelectual y como artista: pudo ser director literario de la prestigiosa editorial Einaudi y poco antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega. “Narrar es como nadar”, supo decir, aludiendo a los ritmos combinados con que el nadador desplaza su cuerpo en el agua, y también “Narrar es monótono”, por supuesto en el sentido de la insistencia, de la persistencia en un tono, en un clima, que nunca es puramente verbal aunque está hecho de lenguaje. Las palabras de los hombres a las que supo aludir cálida y sabiamente como “esas tiernas cosas, intratables y vivas”.

Italo Calvino advirtió lo imposible de imaginar hacia dónde habrían llevado a Pavese las inquietudes etnográficas y antropológicas que lo apasionaban. Y percibió su compleja y angustiada personalidad, esa voluntad de razón iluminista que sin embargo no abandona una temblorosa auscultación instintiva. Mucho de ello se advierte en los inteligentes y lúcidos ensayos que reunimos y tradujimos con Hugo Gola, no mucho después de su muerte, con el título de El oficio de poeta (Nueva Visión 1957), donde en “El mito” escribe: “Antes que fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un comportamiento significativo, un rito que santificó la realidad. Y fue también el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola, inducir a los hombres a realizar obras”.

Hay en todo Pavese la felicidad del trabajo consumado, esa satisfacción por el logro tras el esfuerzo, pero también la insatisfacción permanente ante el vacío posterior, ante la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no lograrlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, y aunque nunca lo sepamos con exactitud (¿quién podría?), se hace imposible no advertir que el hombre capaz de realizar en sólo 42 años de vida una obra semejante, difícilmente estuviera terminado como artista. El mismo que, horas antes de tomar una trágica decisión, escribía en su diario: “Mi parte pública la he hecho –lo que podía–. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos”.

No pocas veces reiteró Pavese que consideraba a Diálogos con Leucó “la cosa menos infeliz que yo haya escrito”. ¿Cómo no coincidir con él ante esos diálogos de transido lirismo y honda resonancia, que logran el casi milagroso resurgir, como una moderna fuente de vida, de los fundacionales mitos griegos? Y recordemos que ese libro quedó abierto junto a su lecho, en el cuarto de hotel donde se suicidó. Que su palabra fue escuchada, lo probaron tanto su persistente repercusión como la estima de sus contemporáneos. Emilio Cecchi lo dijo quizá mejor que nadie: “Reconozcamos, una vez más, que de su generación Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el conjunto de todas las facultades, intelectual y moralmente más ejemplares”.

* Poeta, traductor, ensayista.

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-280270-2015-08-27.html
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MensajePublicado: Jue Ene 11, 2018 11:14    Asunto: Responder citando

Comenzaba por entonces a recrearme en los recuerdos de infancia. Se diría que a pesar de los rencores y las incertidumbres, de las ganas de estar solo, descubría en mí al muchacho que desea un compañero, un colega, un hijo. Volvía a ver de nuevo el lugar donde había vivido. Estábamos los dos solos, el muchacho y yo mismo. Revivía los descubrimientos selváticos de entonces. Sufría, sí, pero con el semblante huraño de quien no reconoce ni ama al prójimo. Y hablaba y hablaba y me hacía compañía. Estábamos los dos solos.

Cesare Pavese
La casa en la colina
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MensajePublicado: Mie Feb 28, 2018 10:01    Asunto: Responder citando

Una selección indeleble
Trabajar cansa: poemas de Cesare Pavese

"Ha llegado el momento en que todo se detiene / y madura". Compartimos tres poemas del libro Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, de Cesare Pavese, que acaba de ser publicado por Del Dock, Cartografías, GG Editora, en Buenos Aires.

http://www.eternacadencia.com.ar/blog/libreria/poesia/item/trabajar-cansa-poemas-de-cesare-pavese.html
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MensajePublicado: Mie Ago 28, 2019 09:57    Asunto: Responder citando

Una página altamente recomendable: La Fundación Pavese de Italia.

FONDAZIONE CESARE PAVESE

www.fondazionecesarepavese.it
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MensajePublicado: Sab Sep 28, 2019 10:23    Asunto: Responder citando

Comenzaba por entonces a recrearme en los recuerdos de infancia. Se diría que a pesar de los rencores y las incertidumbres, de las ganas de estar solo, descubría en mí al muchacho que desea un compañero, un colega, un hijo. Volvía a ver de nuevo el lugar donde había vivido. Estábamos los dos solos, el muchacho y yo mismo. Revivía los descubrimientos selváticos de entonces. Sufría, sí, pero con el semblante huraño de quien no reconoce ni ama al prójimo. Y hablaba y hablaba y me hacía compañía. Estábamos los dos solos.

Cesare Pavese
El diablo en las colinas
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MensajePublicado: Dom Sep 06, 2020 17:41    Asunto: Responder citando

EXTRANJERO. Cada uno tiene el sueño que se merece, Endimión. Y tu sueño es infinito de voces y de gritos, de tierra, de cielo, de días. Duérmelo con coraje, no tienen otro bien. La soledad salvaje es tuya. Ámala como ella la ama. Y ahora, Endimión, yo te dejo. La verás esta noche

Cesare Pavese
Diálogos con Leucó
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MensajePublicado: Jue Oct 01, 2020 23:58    Asunto: Responder citando

FUMADORES DE PAPEL

Me trajo a escuchar su banda. Se sienta en un rincón
y emboca el clarinete. Arranca un estruendo infernal.
Afuera, un viento furioso y los cachetazos,
entre los relámpagos, de la lluvia, hacen que la luz vacile
cada cinco minutos. En la oscuridad, las caras
se torturan, trastornadas, al tocar de memoria
un bailable. Enérgico, mi pobre amigo
conduce a todos desde el fondo. El clarinete se retuerce,
rompe el alboroto sonoro, demanda, se desfoga,
como un alma solitaria, en un seco silencio.

Estas pobres latas están demasiado a menudo abolladas:
campesinas las manos que aprietan las teclas,
y las frentes, duras, que apenas se levantan de la tierra.
Miserable sangre agotada, extenuada
por muchas fatigas, se la oye mugir
en las noches y el amigo la guía con esfuerzo mortal,
él, que tiene las manos endurecidas de tomar una maza,
de mover el cepillo de carpintero, de romperse el alma.

Tuvo en otro tiempo compañeros y no tiene más que treinta años.
Fue de aquellos de después de la guerra, crecidos en el hambre.
Fue también él a Turín, buscando una vida,
y encontró la injusticia. Aprendió a trabajar
en las fábricas sin una sonrisa. Aprendió a medir,
sobre su propia fatiga, el hambre de los otros,
y encontró en todas partes injusticias. Intentó calmarse
caminando, embotado, las avenidas interminables
en la noche, pero vio solamente un millar de faroles
resplandecientes sobre iniquidad: mujeres broncas, borrachos,
tambaleantes fantoches perdidos. Había llegado a Turín
un invierno, entre centelleos de fábricas y escorias de humo;
y sabía qué era el trabajo. Aceptaba el trabajo
como un duro destino del hombre. Pero si todos los hombres
lo aceptaran, en el mundo habría justicia.
Se hizo de compañeros. Soportaba las largas palabras
y debía escucharlas, esperando el final.
Tuvo compañeros. Cada uno en su casa tenía familia.
La ciudad estaba cercada por ellos. Y la cara del mundo,
ellos la cubrían. Sentían dentro de sí
la gran desesperación de vencer al mundo.

Toca seco esta noche, a pesar de la banda
que ha instruido uno a uno. No atiende al estruendo
de la lluvia ni a las luces. La cara severa
mira atenta un dolor, mordiendo el clarinete.
Le he visto esos ojos una noche en que, solos,
con el hermano, diez años más triste,
velábamos en una luz escasa. El hermano estudiaba
sobre un inútil torno construido por él.
Y mi pobre amigo acusaba al destino
que lo tenía clavado al cepillo y a la maza
para alimentar a dos viejos, sin pedirlo.

De repente gritó
que no era el destino si el mundo sufría,
si la luz del sol arrancaba blasfemias:
el hombre era culpable. Si por lo menos pudiéramos irnos,
libres con el hambre, responder no
a una vida que usa amor y piedad,
la familia, el pedacito de tierra, para atarnos las manos.


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