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elaleph.com foros de discusión literaria
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Jean Miembro Semi-Senior

Registrado: 27 Sep 2000 Mensajes: 760 Ubicación: Alicante
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Publicado: Mie Mar 21, 2001 07:29 Asunto: Vacío |
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Tienes razón "ser humano", pero... tantas veces he dicho que soy una farsante. Prefiero creerme mis propias mentiras y pensar... que las cosas no son lo que parecen.
Sí debió de ser así, claro, aunque ahora...
María... gracias por contestar en el taller y aquí. Un saludo muy especial. Por como escribes y lo que dices en todos los foros, debes de ser alguien muy muy interesante: sencilla, agradable, inteligente... en fín, encantadora.
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María Miembro Semi-Senior

Registrado: 24 Ene 2001 Mensajes: 582 Ubicación: España
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Publicado: Mie Mar 21, 2001 09:13 Asunto: Vacío |
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Gracias a ti siempre, Jean.
Un beso.
María.
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Ileana Miembro Junior

Registrado: 18 Feb 2006 Mensajes: 57 Ubicación: BUENOS AIRES (ARGENTINA)
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Publicado: Sab Feb 18, 2006 23:33 Asunto: |
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Me alegro de ver en este foro un tópico sobre Miguel Hernández.
Cuando Joan Manuel Serrat musicalizó varias poesías de él, me pareció un homenaje merecido. Lamentablemente, poco se difunden.
Las poesías de Miguel es una de las que más me han tocado, profundamente.
"Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tu sabes, federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria."
(Elegía Primera: A Federico García Lorca, 1937) |
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DELLWOOD Miembro Senior

Registrado: 25 May 2001 Mensajes: 15247
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Publicado: Dom Feb 19, 2006 09:10 Asunto: Re: Vacío |
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Un ser humano escribió: | Éste no es un comentario literario. Sólo decir que me ha llegado al alma lo de ‘rodeada del oasis exhuberante –le pongo la hahe– de la huerta del Segura’. Exhuberante sería entonces, ¿no? Porque lo que es ahora. Jean, ¿has contemplado últimamente el río Segura?
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http://adeodato.cjb.net
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belemin Miembro Senior

Registrado: 04 Dic 2005 Mensajes: 1130 Ubicación: Almería, España
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Publicado: Dom Feb 19, 2006 13:20 Asunto: |
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A mí la poesía de Miguel Hernández me recuerda mi adolescencia, cuando un profesor progre de literatura nos mandó leer el volumen de la editorial Cátedra que era una antología de Miguel Hernández y llevaba por título El hombre y su poesía, con una viñeta alusiva al poema Nanas de la cebolla y se convirtió en un mito para todos los del instituto por su vida más que por su obra. Era a principios de los ochenta y aún era políticamente correcto para un adolescente ser de izquierdas.
A mí y a los que escribíamos en la revista del Instituto me quedó Hernández como uno los dioses del peculiar olimpo poético(junto a, y por este orden, Machado, Alberti, León Felipe, García Lorca, Neruda y César Vallejo). Me sirvió para empezar a descubrir la literatura, aunque después de aquella época, no he vuelto a leer nuevos poetas: sigo en mi canon particular, que creo que permanecerá invariable per secula.
Después, he ido observando qué grande fue la figura de Hernández y qué poco apreciado ha sido en la historia de la literatura, con esa versatilidad y vis poética que sabe imprimir a todas sus composiciones.
A mí me emociona particularmente la Elegía a Ramón Sijé, cuyo tono no creo que haya sido superado aún en la poesía de lengua española:
ELEGÍA
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero. |
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Ileana Miembro Junior

Registrado: 18 Feb 2006 Mensajes: 57 Ubicación: BUENOS AIRES (ARGENTINA)
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Publicado: Dom Feb 19, 2006 14:18 Asunto: |
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Belemín, aún hoy, después de tantos años de leer a Miguel, se me nublan los ojos al releer esta Elegía.
No creo que haya poeta que refleje en sus versos la tristeza, tan bien como lo hacía él. En "Umbrío por la pena" me pasa lo mismo.
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla
perro que no me muerde ni me ladra
siempre a mi lado fiel, pero importuno...
(He escrito este fragmento de memoria, espero no haberme equivocado).
Tengo las obras completas de Hernández, un libro que atesoro y no presto... a nadie!
Gracias por tus palabras al poeta. |
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lucas Miembro Senior

Registrado: 10 Jul 2005 Mensajes: 2134 Ubicación: Buenos Aires
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Publicado: Jue Mar 16, 2006 21:35 Asunto: |
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Miguel Hernández: Mi concepto del poema, 1933
¿Qué es el poema? Una bella mentira fingida. Una verdad insinuada. Sólo insinuándola, no parece una verdad mentira. Una verdad tan preciosa y recóndita como la de la mina. Se necesita ser minero de poemas para ver en sus etiopías de sombras sus indias de luces. Una verdad de la sal en situación azul y cantora. ¿Quién ve la marina verdad blanca? Nadie. Sin embargo existe, late, se alude en el color lunado de la espuma en bulto. El mar evidente, ¿sería tan bello como en su sigilo si se evidenciara de repente? Su mayor hermosura reside en su recato. El poema no puede presentársenos Venus o desnudo. Los poemas desnudos son la anatomía de los poemas. ¿y habrá algo más horrible que un esqueleto? Guardad, poetas, el secreto del poema: esfinge. Que sepan arrancárselo como una corteza. ¡Oh, la naranja: qué delicioso secreto bajo un ámbito a lo mundo! Salvo en el caso de la poesía profética en que todo ha de ser claridad -porque no se trata de ilustrar sensaciones, de solear cerebros con el relámpago de la imagen de la talla, sino de propagar emociones, de avivar vidas- , guardáos, poetas, de dar frutos sin piel, mares sin sal. Con el poema debiera suceder lo que con el Santísimo Sacramento. ..¿Cuándo dirá el poeta con el poema incorporado a sus dedos, como dice el cura con la hostia: «Aquí está DIOS» y lo creeremos? |
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Ileana Miembro Junior

Registrado: 18 Feb 2006 Mensajes: 57 Ubicación: BUENOS AIRES (ARGENTINA)
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Publicado: Vie Mar 17, 2006 02:32 Asunto: |
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Hasta en la prosa de ese texto que pusiste, Lucas, hay poesía!!
Verdaderamente hermosa. Gracias, Lucas. |
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lucas Miembro Senior

Registrado: 10 Jul 2005 Mensajes: 2134 Ubicación: Buenos Aires
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Publicado: Vie Mar 17, 2006 10:45 Asunto: |
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De nada Ileana, no había leido prosa de Hernandez. Me gustó y quería compartirla.
Saludos |
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leo..poco Miembro Semi-Senior

Registrado: 19 Oct 2003 Mensajes: 939 Ubicación: Detrás de la ventana.
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Publicado: Vie Mar 17, 2006 12:16 Asunto: |
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Hola amigos,
os dejo esta pequeña descripción que hace del hortelano, Vicente Aleixandre -¡entre poetas anda la cosa!-
<< EVOCACIÓN DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Lo recuerdo perfectamente, pero no tengo la carta, desaparecida como tantos otros papeles queridos. Era una cuadrilla de papel basto, y en ella unas líneas apretadas, escritas con letra rodada y enérgica. No quisiera atribuirle palabras que no dijese, pero si hago memoria transparente de su sentido: "...He visto su libro La destrucción del amor, que acaba de aparecer...No me es posible adquirirlo...Yo le quedaría muy reconocido si pudiera Vd. proporcionarme un ejemplar...Voy a vivir ahora en Madrid, donde estoy..." Y firmaba así, exactamente:
Miguel Hernández
pastor de Orihuela.
Desde esos días empezó a venir frecuentemente por casa. Miguel era entonces autor de Perito en lunas, libro editado en muy corta tirada hacía dos años, en Murcia, y que había pasado desapercibido. En esa obra se veía más que nada al prodigioso artífice temprano, cuajadas sus octavas en los últimos efluvios del centenario de Góngora, que todavia había alcanzado su sanísima juventud.
Pero ya entonces no hablaba de ese libro. Yo le evoco en aquella primera temporada como una fuerza de primavera metida en la primavera: abril, mayo, junio. Primavera de campo. En esos casi comienzos del verano, cuando han brotado los árboles y el aire brilla con potestad de cielo y la naturaleza parece poderle a la ciudad, Miguel era más Miguel que nunca. También él, al ritmo natural, semejaba arribado en esa onda de verdad que enverdecía Madrid y lo coloreaba.
Algo tenía en esas horas que le hacía parecer como si siempre llegase de bañarse en el río. Y muchos días de eso llegaba, efectivamente. Mi casa estaba en el borde de la ciudad -¿De dónde vienes, Miguel? -¡Del río! - contestaba con voz fresquísima. Y allí estaba, recién emergido, riendo, con su doble fila de dientes blancos, con su cara atezada y sobria, su cabeza pelada y su mechoncillo sobre la frente.
Calzaba entonces alpargatas, no sólo por su limpia pobreza, sino que era el calzado natural a que su pie se acostumbró de chiquillo y que él recuperaba en cuanto la estación madrileña lo consentía. Llegaba en mangas de camisa, sin corbata ni cuello, casi mojado aún de su chapuzón en la corriente. Unos ojos azules, como dos piedras limpidas sobre las que el agua hubiese pasado durante años, brillaban en la faz térrea, arcilla pura, donde la dentadura blanca, blanquísima, contrastaba con violencia como, efectivamente, una irrupción de espuma sobre una tierra ocre.
La cabeza, de la que él había echado abajo el cabello sobrante en otros, era redonda y tenía un viso acerado en su pelo corto, con un signo de energía en el remolino de la frente, corroborado en los pómulos saledizos, pero desmentido en su entrecejo limpio, como si quisiera abrir una mirada cándida sobre el mundo entero que con él se correspondiese.
Algunas veces él y Pablo y Delia y yo salíamos por el campo vecino de la Moncola, y al regresar hacia casa, ya en el parque, -¿Dónde está Miguel?-, preguntaba alguno. Oíamos sus voces, y estaba echado de bruces sobre un arroyo pequeño, bebiendo; o nos saludaba desde un árbol al que había gateado y donde levantada sus brazos cobrizos en el sol de Poniente.
Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar de corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento o de la tristeza, allí lo encontraría, en el minuto justo. Silencioso entonces, daba bondad con compañia , y su palabra verdadera, a veces una sola, haría el clima fraterno, el aura entendedora sobre la que la cabeza dolorosa podría reposar, respirar. Él, rudo de cuerpo, poseía la infinita delicadeza de los que tienen el alma no sólo vidente, sino benevolente. Su planta en la tierra no era la del árbol que da sombra y refresca. Porque su calidad humana podía más que todo su parentesco, tan hermoso, con la naturaleza.
Era confiado y no aguardaba daño. Creía en los hombres y esperaba de ellos. No se le apagó nunca, no, ni en el último momento, esa luz que por encima de todo, trágicamente, le hizo morir con los ojos abiertos.>>
Vicente Aleixandre, Los encuentros.

Saludos.  |
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