Continuing our spotlight on vintage tv, WNET’s extraordinary USA Poetry series. Today (this weekend), we continue with Denise Levertov and Charles Olson, (the Olson segment is excerpted (as most of these are) from a much larger filmed trove – in Olson’s case, a much larger filmed trove! – the extraordinary complete footage, out-takes et al, are available at the San Francisco State University Poetry Archives)
Dulce procesión, rosa-azul,
y todas ellas campanas.
Glorieta roja, los ojos
a la altura de la copa del árbol viéndolo.
“¿Somos lo que pensamos que somos
o somos lo que nos ocurre?”
La gente desde una ventana abierta
¡Los ojos
viéndolo!….¡Luz del día!….¡O crepúsculo!
Si estamos aquí, estemos aquí ahora
Dulce procesión, rosa-azul.
Si estamos aquí, estemos aquí ahora.
¿Y el silbato del tren? ¿Quién
inventó eso? Hombre solitario: quería que los trenes
hablasen por él.
Seems like We Must Be Somewhere Else
Sweet procession, rose-blue,
and all them bells.
Bandstand red, the eyes
at treetop level seeing it. “Are we
what we think we are or are we
what befalls us?”
The people from an open window
the eyes
seeing it! ….Daytime! ….Or twilight!
If we’re here let’s be here now
Sweet procession, rose-blue.
If we’re here let’s be here now.
And the train whistle? who
invented that? Lonesome man, wanted the trains
to speak for him.
Denise Levertov, “Seems like We Must Be Somewhere Else”, de Poetry Magazine, October 1958.
Traducción Mariano Rolando Andrade
When I found the door
I found the vine leaves
speaking among themselves in abundant
whispers.
My presence made them
hush their green breath,
embarrassed, the way
humans stand up, buttoning their jackets,
acting as if they were leaving anyway, as if
the conversation had ended
just before you arrived.
I liked
the glimpse I had, though,
of their obscure
gestures. I liked the sound
of such private voices. Next time
I’ll move like cautious sunlight, open
the door by fractions, eavesdrop
peacefully.
Descubrir la puerta
fue descubrir las hojas de la parra
hablando entre ellas en profusión
de susurros.
Con mi presencia acallaron
su aliento verde, avergonzadas,
como cuando las personas se paran
y empiezan a abrigarse,
para mostrarnos que igual ya se van,
que la conversación justo había terminado
antes de que llegáramos.
Aun así, me gustó
vislumbrar esos gestos
velados, el sonido
de esas voces íntimas.
La próxima vez voy a moverme
como la cauta luz del sol, abriré
la puerta poco a poco, espiaré
serenamente.
Los ojos rojos de los conejos
no están tristes. Ya nadie atraviesa
en bote el triste pueblo
dorado. La caída del sol
despejará todo. No es
culpa de nadie si las cortinas
cuelgan torcidas.
Alrededor y alrededor y alrededor
por todas partes el mismo sonido
de ruedas girando y todo
envejeciendo, quedándose
en silencio. No es asunto
de nadie si los perros
se ladran de noche
unos a otros, y en sus ojos
brilla sangre. Ellos tienen
un gran espacio de oscuridad
donde ladrar. Los conejos
enseñarán sus dientes
bajo la luna en primavera.
Tulipanes rojos
viviendo en su muerte
ruborizados de azul salvaje
tulipanes
convirtiéndose en alas
orejas del viento
liebres poniendo los ojos en blanco
viento del oeste
sacudiendo el cristal suelto
caen unos pétalos
con ese sonido que una
escucha
The Tulips
Red tulips
living into their death
flushed with a wild blue
tulips
becoming wings
ears of the wind
jackrabbits rolling their eyes
west wind
shaking the loose pane
some petals fall
with that sound one
listens for
Denise Levertov, POEMS 1960-1967, New Directions Publishing Corp.
Traducción de José Luis Piquero (en Denise Levertov, Pausa Versal. Ensayos Escogidos, Vaso Roto).
Es triste, pero Robert Duncan y yo nunca nos reconciliamos de manera apropiada mientras vivió. Le escribí cuando supe de su enfermedad (estuvo en diálisis durante varios años antes de su muerte por fallo renal en 1988), pero él había abandonado, yo lo sabía, toda correspondencia, y no esperaba respuesta de su parte… ni la tuve. Sin embargo, exactamente un mes después de su muerte tuve un sueño extraordinariamente vívido sobre él que me produjo una fuerte sensación de que habíamos, de hecho, vuelto a conectar de verdad. Le envié “A R.D., 4 de marzo de 1988” a Jess, que me aseguró que el afecto de Robert hacia mí había permanecido intacto. Suscribo a esa antigua tradición que sostiene que a veces las almas de los recién fallecidos rondan alrededor de los vivos durante un breve espacio de tiempo para ocuparse, de algún modo, de los asuntos inacabados.
A R.D., 4 de marzo de 1988
Eras mi mentor. Sin saberlo,
superé mi necesidad de un mentor.
Sin saberlo, eso te ofendió,
y me atacaste. A mí me ofendió amargamente
el ataque, y sin saberlo
me libré para avanzar
sin un mentor. El amor y la larga amistad
se oxidaron, se encogieron y se perdieron de vista
bajo algún sustrato del ser.
Los años llegaron y pasaron, llegaron y pasaron,
y la noticia de tu muerte tras años de enfermedad
fue un hecho sin resonancia para mí,
te había perdido mucho antes, y llorado,
y apartado como una prenda doblada
que se guarda en el armario. Pero hoy me desperté
cuando aún era de noche a causa de un sueño
que te devolvió vivo a mi vida:
yo estaba en una iglesia, cerca de la capilla de Nuestra Señora
frente a la “nave oeste”. A oír un paso
me volví: tú estabas a punto de entrar
en la fila detrás de mí, pero nuestros ojos se encontraron
y me sonreíste, tus ojos desenfocados
enfocados en esa sonrisa para renovar
toda la realidad que nuestro tonto orgullo extinguió.
Entonces pasaste junto a mí, y mientras te sentabas
a mi lado yo puse una mano de bienvenida
sobre las tuyas, y tus manos estaban cálidas.
No tuve ninguna necesidad
de un mentor, ni tú de serlo;
pero yo era una vez más
tu hermana escogida, y tú
mi hermano escogido.
Escuchamos altas armonías alzándose y llenando
la piedra arqueada,
sonidos que se habían alzado allí durante siglos.
Denise Levertov
Extraído de Denise Levertov, Pausa versal (Ensayos escogidos). Traducción de José Luis Piquero, Vaso Roto Ediciones, pp. 217-218 | Buenos Aires Poetry, 2020.