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[Agustín de Caccia]

Un mundo está por descubrise, su puerta de entrada resume su belleza. Nos encontramos en un prólogo. Perdido entre miles de libros que son, fueron y serán leídos, hay uno que particularmente capturó mi atención. Estoy hablando de El Aleph, de Jorge Luis Borges. En él encontramos varios cuentos que mucho nos hacen significar. Pero uno, sólo uno de ellos me mostro una verdad que se aproxima a lo que entiendo por verdad. Fue "La casa de asterión".
No diré de qué trata pero sí qué insinúa. Porque más allá del amor y del odio, de la riqueza y la pobreza, de la bondad y la maldad, encontramos una esencia, repartida entre miles de esencias y, en cada uno de esos pequeños trozos, observamos un hombre.
¿Qué culpa tiene la bestia de ser bestia?; ¿qué culpa tiene el hombre de ser así?.
Quizas estas sean las preguntas que visitan mis pensamientos muy seguido. He encontrado muchas respuestas, pero también muchas más preguntas. Me siento como un en un camino que se divide en cientos de caminos que a su vez se dividen en miles de caminos más y llego a un laberinto. Me encuentro en mi mente. He llegado a mi esencia. Quizas esta sea una de las relaciones que encontramos con otro de sus cuentos en el mismo libro y, es éste, el que lleva el mismo nombre "El Aleph".
¿Acaso mis preguntas conforman al mismo tiempo todas mis dudas?, ¿puedo imaginar y respetar a ese Dios que nos muestra sabiduría pero aquí no ha instalado su reino?, ¿seré tal vez un racionalista que busca lo empírico o sólo un idealista que se guía por sueños?.
Todas estas preguntas fueron tenidas muy en cuenta por Borges cuando escribió sus obras.
Y puedo asegurar que también todos, en alguna forma, también las tenemos.