A diez años de la muerte de Olga Orozco, poeta del misterio
La escritora, una de las poetas más reconocidas del siglo XX en lengua española, buscaba la sabiduría por el camino de lo secreto. Invocaba la magia y la adivinación.
Por: María Rosa Lojo
Olga Orozco nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920, y murió en Buenos Aires el 15 de agosto de 1999. Fue reconocida como una de las poetas más importantes de la lengua castellana en el siglo XX, y poco antes de su fallecimiento, en 1998, recibió el consagratorio premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Verdadera aventura heroica, la poética orozquiana se aproxima a aquellas que transitan por zonas ocultas del conocimiento. Son sendas propias de los ascetas y los visionarios, que reciben como recompensa la superación de lo fragmentado, el acceso a lo absoluto.
En la visión de Orozco cada uno puede y debe convertirse en instrumento del proceso por el cual Dios mismo se (re) construye y se reintegra a su Ser completo. Cumple así el secreto propósito de un Creador que se ha desdoblado en sus criaturas y que aspira a rehacerse, en ellas y con ellas, a través de un trabajoso periplo de (auto) conocimiento y purificación: "Tal vez pueda volver entonces a recuperar su unidad, mejorada" (La oscuridad es otro sol), "Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo./ Es víspera de Dios./ Está uniendo en nosotros sus pedazos." (Los juegos peligrosos)
Esta búsqueda metafísico-religiosa se vincula con las búsquedas románticas, surrealistas y en alguna medida, simbolistas: el conocimiento por la vía nocturna y secreta, la lectura de los misteriosos indicios en el libro del mundo, la correspondencia de Naturaleza, Arte y Alma, de microcosmos y macrocosmos, la aspiración al "punto absoluto" del surrealismo, donde coinciden los opuestos o donde es posible trascenderlos, la videncia poética que permite acceder a lo desconocido.
Como otros poetas, Orozco trabaja desde los símbolos de la tradición universal, apela a la imaginería de la mantiké (la adivinación), invoca rituales mágicos y procesos alquímicos, mezclados con los ecos de saberes cabalísticos y gnósticos, que se recortan sobre un fondo cristiano.
Pero la propuesta orozquiana implica una particular originalidad. Toda ella emerge de un cuento de hadas vivido ¿no sólo narrado¿, como forma matriz de la experiencia, como aventura constructora del yo empírico y del yo poético, en una infancia que nunca deja de transcurrir. Lejos de lo naif, el inquietante mundo que Orozco despliega por un lado la vincula con el surrealismo y por el otro, se mantiene en conexión directa con una historia personal. En ella, una niña cuya alma es muy vieja, porque llega desde el fondo del tiempo, vuelve a iniciar el viaje de la vida.
Se trata de un viaje en busca de un conocimiento vecino a la locura, pero del que se retorna y se da testimonio desde las formas de la palabra poética, si bien su meta jamás se logra en plenitud.
La viajera siempre niña ya posee, en germen, el saber del porvenir. Ése que la mujer adulta recorrerá sin abandonar las pautas de interpretación mágica del mundo aprehendidas en la infancia, sin resignarse a la visión empobrecida del racionalismo utilitario. Esta heroína libra su lucha en otro terreno: pelea por la sabiduría y el precio es la destrucción del yo limitado y fragmentario, para que pueda reconstruirse en la Totalidad.
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Publicado: Jue Ago 20, 2009 23:56Asunto:
Hola.
Para este día
Reconozco esta hora.
Es ésa que solía llegar enmascarada entre los pliegues de otras horas;
la que de pronto comenzaba a surgir como un oscuro arcángel detrás de la neblina
haciendo retroceder mis bosques encantados,
mis rituales de amor, mi fiesta en la indolencia,
con sólo trazar un signo en el silencio,
con sólo cortar el aire con su mano.
Ésa, la de mirada como un vuelo de cuervo y pasos fantasmales,
que venía de lejos con su manto de viaje y las mejillas escarchadas,
y se iba bajando la cabeza, de nuevo hasta tan lejos
que yo buscaba en vano la huella del carruaje en el pasado.
Hora desencarnada,
color de amnesia como dibujada en el vacío del azogue,
igual que una traslúcida figura enviada desde un retablo del olvido.
¿Y era su propio heraldo,
el fondo que se asoma hasta la superficie de la copa,
la anunciación de dar a luz las sombras?
No supe descifrar su profecía,
ese susurro de aguas estancadas que destilan a veces los crepúsculos,
ni logré comprender el torbellino de plumas grises con que me aspiraba
desde un claro de ayer hasta un vago anfiteatro iluminado por lluvias y por lunas,
allá, entre los ventisqueros del irreconocible porvenir;
aquí, donde ahora se instala, maciza como el demonio del advenimiento,
en su sitial de honor en medio de la asamblea de otras horas, pálidas, transparentes,
y me dice que mis bosques son luces extinguidas y aves embalsamadas,
que mi amor era erróneo, como un espejo que se contempla en otro espejo,
que mi fiesta es un cielo replegado en el sudario de mis muertos.
Y se queda esta vez, sin bajar la cabeza.
Registrado: 19 Oct 2003 Mensajes: 939 Ubicación: Detrás de la ventana.
Publicado: Dom Ago 23, 2009 08:46Asunto:
La poeta, muy integrada, en la Alhambra de Granada, 1961
"Mis poderes son escasos. No he logrado trizar un cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a ras del suelo. Mi solidaridad se manifiesta sobre todo en el contagio: padezco de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es la palabra. Me punza, me retuerce, me inflama, me desangra, me aniquila."
Un lugar donde todo es posible (Olga Orozco) para el especial de Alejandra Pizarnik en Point of Contact
No sé si conocí a Alejandra Pizarnik frente a un taller de luces negras, donde las dos espiábamos los movimientos de los autómatas a través de la ranura anaranjada de un postigo; o si fue al bajar apresuradamente del tren fantasma, a punto de desaparecer, o del carrusel infinito, que en realidad era la serpiente que se muerde la cola; o quizás haya sido en aquel jardín zoológico, mientras tratábamos de descubrir los ojos de oxolotle, ese animal al que después teníamos que recortarle grandes trozos de blancura; o quizás hayamos convenido turnarnos para entrar y salir junto a esa placita neblinosa en la que solo cabía una persona, pero en la que siempre tenía que haber alguien. No lo sé, no lo recuerdo. A veces jugamos a juegos parecidos, y en los años que corren desde su adolescencia hasta mis últimos diez años de memoria nos hemos encontrado muchas veces en momentos semejantes. Tal vez debajo de la palabra “fantasma” está la fecha exacta.
Pero lo explícitamente importante aquí no es nuestra amistad, a prueba de cualquier trampa de lo visible, sino su poesía, a prueba de cualquier máscara de lo invisible. La poesía, “ese lugar donde todo sucede”, donde todo es posible, ese lugar que con la religión y con la magia están hechos de un ácido que borra las fronteras del paraíso perdido en un relámpago de conjunción y de separación. Invocar, convocar, evocar- no en el sentido de recordar sino de recrear-, son los actos que se cumplen en cada uno de esos tres territorios, a veces en los tres, porque son actos que se entrecruzan para desatarnos las manos y los pies de este lado del mundo. Todos los que nos sentimos desterrados lo sabemos, porque existe una memoria del porvenir, que es la memoria de la verdadera patria, y existe la imaginación, que es la continuación de una realidad a distancia. Como ensayo de prueba y error contamos con la sed.
“En oposición al sentimiento de exilio, al de una espera perpetua, está el poema, tierra prometida” dice Alejandra Pizarnik con su sedienta voz de desterrada. Alejandra, como todo poeta desterrado, sabe que el poema-tierra prometida no es jamás esa tierra para sí mismo sino en el preciso momento de la creación, único instante y lugar del rescate; que el poema no es después sino un mapa aproximado de esa tierra, hecho con la tinta del exilio; que es un mapa incompleto; que de uno a otro poema se dan indicaciones del itinerario, calcos de flores y de faunas, perfiles orográficos y huellas de corrientes circulatorias. Porque la tierra prometida ha volado con nuestras propias alas, y nos ha arrojado en el vacío esa carta geográfica que tiene la forma de una sombra fosforescente.
Si nos despedimos de Alejandra Pizarnik en el momento en que esté a punto de comenzar su viaje, que es casi permanente, la veremos vestida de pequeña sonámbula, lúcidamente atenta a la menor señal.
El andén tiene la forma de un cuarto acolchado por la fiebre, las alucinaciones, los asombros, los terrores y las nostalgias extremas. Su equipaje es el ojo de la cerradura hacia dentro, un prisma para volver a componer la descomposición de la luz en una semilla de fuego, un documento de identificación con los rostros de sus rostros inasibles y un telescopio al revés para completar la órbita del sueño. No son armas de combate, ni siquiera de defensa; son instrumentos de delicada, de finísima precisión para todos sus trabajos de viajera de la noche. En cuanto al tren, tiene el aspecto de una jaula de mimbre quejumbrosa asediada por los lobos. Esa es la última visión que nos deja, antes de verla desaparecer, absorta, asomada al vaho que borra los últimos barrotes, como Alicia entrando en el país de los espejos.
Cuando volvemos a encontrarla, con su aire de expulsada del paraíso, nos trae Los trabajos y las noches. Nos lo entrega con una expectativa azorada e inquieta: no sabemos si se trata de un frasco de veneno o de una botella donde está encerrado el humo de todas las exploraciones. De la misma manera nos regala un lápiz perfumado, un caracol escrito, una lámina en donde se repite hasta el infinito el mismo soldadito. Para ella ha terminado el viaje del que sólo nos entrega un mapa, un dibujo en la pared; para nosotros comienza otro.
Nos internamos en su poesía. Es un país cuyos materiales parecen extraídos de miniaturas de esmalte o de estampas iluminadas; hay fulgores de herbarios con plumajes orientales, brillos de epopeyas en poblaciones infantiles, reflejos de las heroínas que atraviesan los milagros. En esos territorios la inocencia desgarrada recubre paisajes inquietantes y las aventuras son un juego con resortes que conducen a la muerte o a la soledad. Para perderse o para no perderse, Alejandra ha ido marcando el camino hacia sus refugios con resplandecientes piedrecitas de silencio, que son condensaciones de insomnios, de angustias, de sed devoradora. “Atesoraba palabras muy puras para crear nuevos silencios”, dice justamente en uno de sus poemas. Y son exactamente palabras tan puras que tienen la levedad del vuelo, la brevedad del trazo de las imágenes que representan, la transparencia del mundo que recrean. Frente a esos albergues donde Alejandra se somete a sus experimentos, visión inversa de “la niña de alta mar”, se tiene la sensación de sucesivos espacios inmóviles en los que el aire ha sido respirado hasta el agotamiento, en exhaustiva ceremonia, sin hablar, para no romper el fragilísimo proceso de las trasmutaciones, para no ahuyentar ese “pájaro asido a su fuga”, para no mover ese “aire tatuado” por las ausencias, que han quedado sumergidos como burbujas dentro de una pared de cristales en fusión.
El encantamiento está logrado. Pero antes de que se desvanezca, antes de que se aleje con la tierra prometida, es necesario que la palabra obre como un conjuro sutil. Y la palabra consigue ese milagro: retiene la expresión más inasible, fija la permanencia de la fugacidad en esas pequeñas cárceles atmosféricas que pueblan la poesía de Alejandra Pizarnik.
Olga Orozco
Número monográfico de la revista Poin of Contact dedicado a la poeta Alejandra Pizarnik.
Edición a cargo de Ivonne Bordelois y Pedro Cuperman. New York- USA / 2010
Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.
Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.
-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.
¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?
¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran
cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.
Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.
POESIA COMPLETA y YO.CLAUDIA INVITAN A REVISAR LAS MIL CARAS DE LA POETA Y PERIODISTA
Esos seres que fue Olga Orozco
El primero de los volúmenes, publicado por Adriana Hidalgo, recoge los once poemarios publicados por la autora de Desde lejos e incorpora uno póstumo. El segundo, de Ediciones en Danza, compila su obra periodística en la revista femenina Claudia.